UN CONVITE Y UNA DÁDIVA



Con nobles y elevados fines erigieron los católicos Monarcas D. Fernando V y I) a Isabel I el edificio deS SanJuan de los Reyes, esa maravilla del arte ojival, ese conjunto de primorosas agujas que, batidas por los huracanes en medrosas noches, simulan encantados brujos invencibles.

 

Era el principal, según unos, crear en él un Cabildo, que tributará incesantes alabanzas á Dios por los beneficios dispensados á la corona, y según otros legarle á una comunidad religiosa.

 

Otro era el de proporcionar á sus restos mortales, bajo aquellas bóvedas, tranquila y sencilla sepultura. Esto último habríase verificado si la parca no hubiera sorprendido más tarde á tan esclarecidos héroes lejos de la imperial ciudad; pero la creación del nuevo Cabildo, quedó anulada al escuchar los Reyes las razones que el Primado les adujera.

 

En vista de esto, pensaron aquéllos adicionar al templo edificado algunas dependencias más, y destinar todo á monasterio, cosa que, merced á su desahogada posición, con facilidad ejecutaron en breve plazo relativamente.

 

Por entonces tenían los Monarcas grandes simpatías con los RR. PP. de la Orden de San Francisco, que habitaban en el monasterio situado en la plazuela de la Concepción.

 

Una mañana mandaron al citado convento un enviado de la Real Casa, quien participó á los franciscanos en nombre de SS. AA. que tendrían especial placer en que les acompañaran á comer por vez primera dentro del gigantesco recinto de San Juan de los Reyes, para lo cual les aguardaban á labora de costumbre en aquel futuro plantel de ascetas.

 

Aceptaron los frailes el convite, mas por complacer á tan eminentes personajes que por el deseo de saborear delicados manjares y libar sendas copas de castellano licor, así despidieron al enviado cortésmente; que para nadie escasearon jamás las deferencias.

 

En el tiempo que medió desde este aviso hasta el momento de la cita, acudiéron los Reyes acompañados de su séquito, al recién construido edificio, para disponerse á recibir á los reverendos convidados.

 

Próxima la hora del banquete se presentaron en aquél los religiosos en corto número, acompañados del P. Prior. Penetraron en los claustros bajos, y guiados por dependientes regios cruzaron escaleras y pasillos hasta ponerse á las órdenes de SS. AA. con profundo respeto.

 

A poco, entraron en platicas de diversa íudole hasta que, preparada la mesa, se congregaron en derredor de ella Reyes y vasallos, comenzando á deglutir manjares que como imaginarse puede serían de extremado gusto y condición.

 

No pasó desapercibido para alguno de los asistentes la ausencia de cierto servidor, sin que se explicase á símismo el por qué de aquel hecho. Un mandato de los Reyes motivó su salida del edificio en ocasión tan crítica.

 

Era preciso mientras el banquete tenía lugar, dirigirse al convento de los PP. y pedir los Breviarios para que los mismos rezaran vísperas torminado aquél y así lo verificó, depositándolos á su vuelta donde se le ordenara.

 

Repletos ya los estómagos y agotados cuantos chistes es notorio sabían referir los frailes, haciéndolos servir como de salsa que singular sabor comunica á los alimentos, dieron gracias por ellos á Dios, y tornaron á las pasadas pláticas: unos conversaron sobre política, otros sobre ciencias y artes, y algunos de asuntos de conciencia, en lo cual emplearon extenso rato.

 

Viendo los PP. que se acercaba la hora de vísperas intentaron despedirse de los Reyes para encaminarse al convento y rezar dichas horas en unión de la comunidad, á lo que SS. AA. les contestaron que allí tenían ya Breviarios con que cumplir tan sagrado deber sin necesidad de ir al convento.

 

Extrañó en alto grado á sus RR. esta contestación, mas sin réplica, encerráronse en cómodo recinto, donde en poco tiempo despacharon su ineludible lectura.

 

Tornaron de nuevo á reunirse con las reales personas, en cuya compañía recorrieron todas las dependencias de la obra enorme, y cuando estuvieron en el claustro alto, fueron interrogados sobre si les agradaba aquella mansión, á lo que contestaron afirmativamente, dispensando todo género de elogios á sus piadosos iniciadores.

 

Entonces los Reyes, con la severidad que de abolengo venían demostrando, manifestaron á los religiosos que desde aquel día podían disponer del monasterio como suyo, puesto que para ellos le habían rehabilitado; advirtiéndoles que sólo faltaba trasladar las camas y enseres propios de su santa misión, pues la enorme biblioteca (1) y la despensa les aguardaban plenamente surtidas. 

 

Admiráronse los PP. al oir de labios tan respetables una cesión tan absoluta y desprendida como inesperada. Permitiéronlos entonces volver al convento con objeto de que comunicaran la dádiva á los demás religiosos, como lo verificaron, trasladándose hasta él automáticamente.

 

Dieron en comunidad gracias á Dios por tal misericordia, y se instalaron en el nuevo asilo el año 1477, en el que como primer novicio ingresó Fr. Francisco Jiménez de Cimeros.

 

 

Notas:

En un M. S. propiedad de un religioso franciscano exclaustrado de esta ciudad; hemos leído las noticias expuestas en la tradición de esto nombre de la manera siguiente: «Concluida toda la fábrica de San Juan de los Reyes comieron estos con los frailes de la orden de S. Francisco, y después que la estrenaron se la dieron por morada para siempre.»

 

Véase lo que con referencia á este particular dice D. Aureliano Fernández Guerra en su artículo titulado Cruz de la Portada de ingreso al Convento de San Juan de los Reyes, hoy Museo provincial de Toledo (2).

...«Pero algunos rechazan tal aserto, y á nuestro juicio con valiosas razones para ello, asegurando que desde su principio fué el pensamiento de la fundadora edificar templo é iglesia para frailes franciscanos.» (3)

 

(1) La biblioteca que según las crónicas era enorme, Uno de los dos claustros llamado del Rey, la enfermería y otras partes del edificio fueron destruidos en la invasión francesa de 1808, cuando en diciembre el edificio sufrió un incendio y explosión provocados por las tropas francesas.

 

(2) Tras la desamortización de Mendizábal de 1836, el edifico será expropiado a los frailes y vendido, la iglesia pasará a pertenecer al arzobispado y los claustros junto al resto del edificio al ayuntamiento, quien los usaría como museo provincial.

En 1954 volverá a ser propiedad de la orden Franciscana.

 

(3) Consúltese lo que dicen sobre el destino de San Juan de los Reyes, Hernando de Pulgar en la «Crónica de los muy altos y esclarecidos Reyes Católicos» y el P. Pisa, libro IV, cap. 3