LAS CAMPANAS DE SAN LÚCAS Y DE SANTO TOMAS

LOS COMUNEROS DE CASTILLA 1


Santo Tome desde la calle de la campana - Dibujo de Jaime Riaño
Santo Tome desde la calle de la campana - Dibujo de Jaime Riaño

Varios de los notables hijos de Toledo habían pasado la tarde de un día del año 1520 bajo los góticos y espaciosos claustros de la Santa Catedral como tenían costumbre, conversando acerca de cómo pondrían poner coto a los los desatinados planes del joven Emperador, que intentaba, poniéndolos en práctica, posponer los consejos de los castellanos, apreciables sin disputa. 

 

El tiempo se deslizaba, la noche venía, y  los claustros habían de cerrarse, y nada en resumen se había decidido sobre el asunto tan trascendental, sobre la proclamación de los derechos del pueblo. 

 

Un solo inconveniente dilataba la realización de tan enorme problema: de todo se disponía, de hombres, de armas manuables, de valor, pero se carecía de cañones que pudieran hacer frente á las baterías del hijo de Juana la Loca. 

 

Reunidos de nuevo los caudillos en la plaza del Concejo, —hoy del Ayuntamiento— cuando ya las sombras de la noche imperaban doquiera, y á punto de retirarse cada cual á su morada, llevando en su pecho el ardoroso y noble, vivo deseo de tomar parte en la honrosa sublevación proyectada, uno de aquellos héroes, alzando la voz y haciéndose escuchar de todos, como si su jefe fuera, pronunció estas palabras:

 

"Pronto ya habrá cañones con que  combatir seguidme".

 

Cuantos le rodeaban caminaron tras él cruzando callejones, plazoletas y pendientes, llegaron, antes que la hora de la queda anunciára la campana de la Catedral, á la plazuela de San Lúcas, donde volvieron á agruparse silenciosamente. 

 

Todos estos preparativos y otros verificados á la luz del día eran conocidos por las huestes imperiales; mas no intentaban desbaratarlos, temiendo una sublevación en masa del pueblo, como sucedió luego. 

 

Apenas habían llegado á la mencionada plazuela los próceres toledanos, presentáronse algunos pajes suyos, que, de antemano avisados por el jefe, partieron en busca de cuerdas, garfios y otros utensilios, y al momento dijo el que prometió hallar pronto cañones: 

 

"La empresa es justa; valor y que Cristo nos ayude". 

 

Mandó inmediatamente subir á la torre de aquella parroquia Muzárabe á sus pajes, para que descolgaran una campana,  lo que con prontitud y maestría ejecutaron, sin que escaso ruido promovieran. Hízola conducir á sitio determinado, y á una mera insinuación del mismo caballero pusiéronse en marcha lodos los demás. 

 

Caminando de nuevo, en breve rato llegaban al pie de la esbelta torre árabe de la parroquia de Santo Tomás —Actual Santo Tomé—  fundada por el Conde de Orgaz Gonzalo Ruiz de Toledo, en la que el presunto jefe hizo verificar lo mismo que en la de San Lúcas, determinando depositarla donde la primera, hasta nueva orden, cosa que cual se  mandaba se verificó. Al caer la campana quedó algo soterrada en la embocadura de la calle que por este hecho hoy lleva el nombre de Calle de la Campana.

 

En tanto que por las calles de la ciudad marchaban silenciosos los defensores del pueblo, no faltaban curiosos que, ora desde sus entreabiertas ventanas, ora siguiéndolos con precaución, llegaron á ponerse en conocimiento completo de cuanto se trataba, ingresando desde aquel instante en las numerosas filas de los esforzados Padilla, Bravo y Maldonado. 

 

Uno de aquellos se ofreció á nuestros varones ilustres para transformar en armas de guerra aquellas dos campanas, y aceptada su proposición, comenzó sin tregua para su cometido. 

 

Adquiridas las prendas tan deseadas para su objeto, decidióse comenzar la obra en cercana hora: mientras llegaba partieron en distintas direcciones los caudillos, encerrándose cada cual en su hogar, deseosos de un combatir,  y en tanto que Dª María de Pacheco todo postrada ante la imagen de la Virgen del Sagrario en la Catedral oraba por el éxito de la empresa.

 

Llegado el momento oportuno, colocáronse los dos cañones á los extremos del palacio del general de la sublevación, Padilla, sito detrás del Monasterio de religiosas Pernadas de San Clemente, y de allí fueron trasladados á las poblaciones en que la artillería debió llenar su puesto.

 

Cuando las comunidades de Castilla fueron derrotadas en Villalar, pasaron las citadas piezas al dominio de los artilleros imperiales, y los huecos que dejaron en las torres citadas las campanas con que éstas se construyeron, aún están sin cubrir, para perpetuar tan singular ejemplo.  

 

Dª María de Pacheco, viuda de Padilla, tomó de la Catedral —con el beneplácito del clero — las piezas siguientes, para satisfacer gastos de las huestes derrotadas: una custodia de plata que pesó 328 marcos, tres lámparas, candelabros y otros objetos.