Cuando ia tierra española
Dominaban a su antojo
De Mahoma los sectarios,
Siendo del mundo el asombro,
Al Oriente de Toledo
Entre álamos añosos,
Al pie de quebrado valle
Hubo un palacio suntuoso.
Su dueño, viejo islamita.
Frenético por el oro,
Sólo pensaba en sus rentas
Y en los manjares sabrosos,
Costumbre que acariciaba
Desque tuvo apenas bozo,
Olvidando la custodia
De un objeto más valioso.
Rodeaban su casa-fuerte
Varios jardines frondosos,
Que regaba con esmero
Una hurí en sus ratos de ocio.
La vergonzosa violeta
Crecía entre erguidos chopos,
Y el alelí perfumado
Bajo la hiedra y el olmo.
De hermosura peregrina
Era la niña del moro,
La hacendosa jardinera,
Mulsumana hasta en los ojos.
En una calmosa tardo,
Fresca, como musgo tierno
Que nace junto al arroyo
lio juguetean pequeñuelos,
Aun los altos minaretes
Del palacio sarraceno,
los rayos del sol doraban,
Cruzando el ramaje espeso.
Cuando la mora agraciada
Por un ajimez estrecho
Asomaba su cabeza
Entre paños y cabellos.
Su mirada penetrante
Fijó en el largo sendero
Que media entre la ciudad
Y su albergue, y de su pecho
Virginal, salir dejaba
Suspiros y aves sin cuento,
Que las ondas invisibles
Del aire llevaban lejos.
Cien ideas de ventura
Asaltaban su cerebro:
Ser adorada sin límites
Era su ardiente deseo.
Cuando abismada su mente
En íntimos pensamientos
Estaba, escuchóse el ruido
Cerca, de un trotón ligero.
A poco, al pie de los muros
Del palacio, tuvo el freno
Del animal presuroso
Su jinete, mozo apuesto,
Y á la mora divisando
Envuelta en flotantes velos,
Domostró con galanura
Su naciente amor sincero;
Mas la ingrata jardinera,
Con ademanes grotescos,
Desestimó las promesas
Del Cristiano de Toledo,
Que ante tamaño desaire.
Tomando imponente aspecto,
Murmuraba: —Goza, goza,
De tu palacio y tus siervos:
Pues antes que de tu raza
Se extinga el último perro,
No quedará más que ruias
Y pavesas de todo ello.
Y acercando el acicate
A su corcel ceniciento,
Se alejó de la explanada
De terrible furia lleno.
La hurí desde su castillo
Vió al sol trasponer los cerros
Sin que su árabe adorado
Llegaraá calmar su duelo.
De trastornosy querellas,
Propios de amores, al cabo
Vieron su anhelo cumplido
Los moros enamorados.
Tranquilamente vivían
En el harén del palacio,
Al buen Alá sin demora
Loor y gracias tributando.
Cundió su prole, y crecía
Cuando el lábaro cristiano
Triunfante doquier se alzaba
Contra el árabe insensato.
Un día ¡terrible dia!
Desde su fuerte almenado
Vieron caminar hacia ellos
Cristiana fuerza á buen paso.
Pretendió el dueño hacer frente
En unión de sus esclavos,
Mas todo ardid ingenioso
Ante aquella fuera vano,
Casa y vivientes, reunidos,
Pronto del fuego eran pasto,
Y entre ruinas formidables
Rodaban carbonizados.
De aquel hecho sólo quedan
Como impasibles testigos
En pie, recios murallones (1)
Del palacio derruido,
Entre los cuales anidan
Agoreros pajarillos,
Y crece hiedra silvestre
Al par que matas de lirios. (2)
(1) Esto fue escrito a finales del siglo XIX, actualmente apenas quedan vestigios.
(2) No se refieren estos datos al palacio de la princesa Galiana:
Cuantos encierra, tuvieron por teatro un edificio situado junto a la actual fuente nominada de Cabrahigos, Situada cerca de la Estación del ferrocarril.