La Judía de Toledo



La relación por escrito –Histórica o no- de los amores entre el rey de Castilla Alfonso VIII (1155-1214) y una judía de Toledo que habría tenido al monarca distraído del gobierno del reino durante siete años (alguna fuente menciona siete meses) para terminar con el asesinato de aquella a manos de los nobles castellanos, data ya de unos años después de la muerte de dicho rey, pero se popularizó principalmente por su inserción en la tercera versión de la Crónica General, impresa en 1541, que los describe de la siguiente manera:

 

La leyenda es muy sencilla, limitándose en sustancia a los amores pecaminosos que se dice sostuvo el rey Alfonso VIII con una hebrea de Toledo, a la que en principio se la conoce por Raquel Fermosa. Judía de tal belleza que el Rey permaneció encerrado con ella y apartado totalmente de sus tareas de gobierno, según unos durante siete meses y según otros durante siete años.

 

En todo caso, el tiempo suficiente para que los nobles se alarmasen por el abandono excesivo de sus obligaciones como monarca, recurriendo para solucionarlo a la decisión más radical; eliminar a la judía, para lo cual Ayudados por la esposa del Rey, Doña Leonor, celosa y resentida. Manteniendo a Alfonso VIII entretenido en una cacería.

 

Aprovecharon dos infames para adentrarse en la sala donde estaba Raquel, acompañada de un sirviente suyo, también judío.

 

No mancharemos nuestras espadas con sangre infiel -dijeron. Tú, Rubén, que eres también judío, mátala con tu daga si no quieres morir.

 

Pronto conoció Alfonso el engaño, al ver la sonrisa despreciable de su esposa y aunque corrió cuanto pudo por las galerías del castillo, al llegar a sus aposentos sólo pudo contemplar con horror a su amada Raquel envuelta en un baño de sangre y a su criado Rubén que en ese momento se hería de muerte.

 

Rabioso de furia, Alfonso hizo colgar a los dos alevosos asesinos y desterró a otros muchos nobles que habían participado en tan infame acechanza. También ordenó que su esposa, doña Leonor, fuera enviada a un convento de Galicia, tan alejada de su vista como fuera posible. Tras estos sentimientos de ira, el corazón del rey se sumió en una profunda melancolía y un terrible dolor anegaba su pecho. No pudo sino hacer construir un rico túmulo donde reposarán para siempre los restos de su querida amante, y allí pasaba las horas del día y de la noche, consumido por la pena.

 

Algunos confunden a esta Raquel con otra Raquel, de igual nombre y protagonista de otra leyenda también de amores desdichados entre un cristiano y una judía, pero esa es otra leyenda de Toledo.