El Premio de Unos Zapatos


Como el agua busca el río y el río busca la mar. Así va la tradición A la historia, pero así como el río pierde mucha agua antes de su llegada a los mares, pierden de las tradiciones del pueblo muchos detalles que no la historia, porque ésta más severa que aquéllas, temiendo el error y huyendo de la fábula no da cabida en sus páginas A hechos que al parecer carecen de importancia, pero que muchos de ellos hieren vivamente la imaginación del pueblo.

 

A la vez que se convierten en saludables máximas. Lo difícil en la tradición es apartar con ánimo sereno y sensato juicio lo cierto de lo dudoso, lo sublime se recoge de lo ridículo.

 

Toledo, como todas las poblaciones antiguas, abunda en tradiciones de que los poetas no han solido sacar partido. 

 

La presente corre de boca en boca, pero ignoramos tal vez por su extremada sencillez no se presta á la fábula con que de continuo desfiguran los hechos. Preferimos esta sencillez, aunque realmente tampoco podríamos salir de ella, y nos concretaremos a referir la tradición, siendo cronista que relata y el poeta que adorna y fascina.

 

Se dice que por los años 1551 en la calle Obra-Prima una calle de desigual y estrecha como la mayor parte de las de Toledo habitaba un maestro zapatero, en unión de su cónyuge y sus dos hermosas hijas, fruto de sus amores eran el encanto de los parroquianos que á calzarse acudían á la tienda del honrado artista.

 

Durante las veladas del otoño mortificaban las hijas del anciano padre sólo por oir sus buenas ocurrencias, recordándole la promesa de pagarle unos zapatos que años atrás le hiciera un estudiante tan sobrado de ingenio como falto de dinero, hecho que él mismo refirió á las jóvenes como caso original de agudeza estudiantil. —Bien os la dió padre mío— decía de vez en cuando una de ellas á vos, tan listo y con tanta experiencia. Enfrascado el maestro en sus nocturnas ocupaciones escuchaba á las morenas púberes paciente, hasta decirse de el que era asunto acabado de la paciencia.

 

En tanto que estas escenas se repetían en el taller cercano a la Catedral, quiso la justicia transformar al estudiante de la tradición en Arzobispo de Toledo, después de hacerle experimentar las amarguras de la pobreza y los tormentos de la privación dotándole la providencia de espíritu tal, que fué de las más culminantes figuras de su época.

 

Una vez posesionado de la mitra de San Ildefonso, pensó y llevó á cabo la idea de crear un Colegio de Doncellas vírgenes donde educar jóvenes del sexo bello que más tarde fueran modelo de madres y encarnación perfecta de la castidad. A cuyo fin otorgó escritura en la sultana del tajo en 25 de Octubre de 1551, ante el escribano de número D. Juan Sánchez. 

 

Estableciéndole por el pronto en la casa que ahora llaman de Mesa, junto á San Román, de la que mas adelante diremos alguna cosa; luego en 1557  cuando ya habia trasladado su benéfico establecimiento á las casas del Conde de Mélito donde todavia se encuentra, dictó sabias y prudentes constituciones para el mejor régimen y utilidad de la fundación, que dotó con muy pingües» rentas y muy seguras.

 

Las escrituras de constitución del colegio dicen entre otras cosas así:. 

 

"Normas a seguirse en el Colegio de Doncellas Nobles de Toledo

La institución es para 100 doncellas, de sangre limpia (no siendo por consiguiente necesario que sean nobles de estatus como generalmente se ha creído pues el apellido de noble del colegio no se refiere a títulos o parentescosy si a su forma de comportarse), naturales del arzobispado, excepto seis que pudieran serlo de otrasdiócesis con tal que pertenezcan á la parentela del fundador; que han de tener para entrar al goce de sus plazas la edad de 7 á 10 años, y las disfrutan por toda su vida sino salen para casarse ó profesar; en algún convento, ó renuncian voluntariamente á ellas.

 

Que si se casan se las dote en 100.000 maravedís de aquella época ,(que equivalen á aproximadamente 1.600.000€) actuales y si salen para entrar en religión no sé les dá nada, pues él objeto culminante del fundador es el de educar buenas y honestas y diligentes madres de familia, y asi. toda su tendencia y de las reglas dictadas son á que se instruyan, y ejerciten en los ordinarios que haceres domésticos de una esposa y ama de casa..."

 

Terminado el referido edificio, y decorado al gusto de aquel tiempo, dió trazas para buscar jóvenes cristianas que le habitaran, siendo su primer diligencia le llevaran noticias de un decrépito maestro zapatero que habitaba en la calle de Obra-Prima, cuyo nombre citó.

 

Practicando gestiones y habiendo logrado hallarle, hiciéronle acudir al Palacio Arzobispal aunque con la lentitud y torpeza propia de sus años, ocurriéndosele mil juicios sobre el motivo que ocasionara su presencia en tan encumbrada estancia, sin presumir ni por acaso que fuera el Arzobispo el estudiante de antaño.

 

Presentado que fué á Su Eminencia y después de animado diálogo,—en que se reconocieron el prelado y el honrado maestro,— puso el sucesor de los Mendozas y Cisneros en conocimiento del artesano que ya era tiempo de que recibiera el premio por los zapatos que siendo estudiante pobre había hecho la caridad de darle: siendo su voluntad cumplirle la palabra que le empeñara, dotando á sus dos hijas con una plaza respectivamente en el entonces nuevo Colegio de Doncellas Nobles.

 

Trémulo de placer el constructor de calzado recordó en aquel momento la entrevista primera que en su vida tuvo con aquel hombre que desconocía y respetaba, al propio tiempo que su aturdida imaginación quería como hacer brotar la duda ante tan inesperado beneficio, y con llanto en los ojos mostrando en sus facciones satisfacción ilimitada besó el anillo de brillantes piedras preciosas que el Arzobispo lucía en su diestra, dióle de todo corazón gracias por su inimitable conducta, y descendió de la cámara del primado maquinalmente, 

 

Encaminándose por la calle del Hombre de Palo hacia su morada de la de la calle Obra-Prima, en la que con regocijo justo refirió el motivo que cerca de la primera autoridad eclesiástica de la nación le hizo comparecer, terminando su acalorado relato diciendo que la promesa del estudiante se iba á cumplir puesto que era Arzobispo de Toledo y'deseaba satisfácer el premio de los zapatos que le diera cuando de paso estuvo en esta ciudad, donando dos plázas de colegialas en el de Doncellas Nobles á las dos hermanas, que abusando de su paciencia le dirigían incesantes cargos y chanzonetas tiempo atrás. Las doncellas se apresuraron entonces á interrogar el nombre de su bienhechor, transformando sus hermosos ojos en torrentes de lágrimas. 

 

D. Juan Martínez de Silíceo, repuso el anciano zapatero, y reclinándose en un mugriento sillón de brazos adornado de clavos de dorada cabeza, puso la suya entre los puños, contraídos por la excitación del inexperado placer, y no cesó en largo rato de murmurar á media voz, entre adormecido y congojoso estas frases: ¡gran premio el de los zapatos!