La Princesa Galiana


Sala del Palacio de Galiana en la Huerta del Rey - Perez de Villaamil - sXIX
Sala del Palacio de Galiana en la Huerta del Rey - Perez de Villaamil - sXIX

Era hija del rey Galofre, que la quería más que a nada en el mundo, y ordenó construir la casa de recreo en la Vega, con sus quioscos, baños, fuentes y surtidores que subían o bajaban, según el curso de la luna. Galiana vivía completamente dichosa en aquel fascinador retiro, ocupándose únicamente en músicas, bailes y poesía. Su mayor trabajo era esquivar las galanterías y el acoso de sus adoradores. El más obstinado en ellos era un reyezuelo de Guadalajara, llamado Bradamante, moro gigantesco, valeroso y feroz. Galiana le tenía mucha antipatía, y como afirma un cronista:

 

¿Qué importa que el caballero sea ardiente, si la dama es glacial?

 

El moro, sin embargo, estimulado por su pasión por Galiana, no se dio por vencido, y su deseo de verla y hablarla eran tan grandes que hizo construir un camino subterráneo desde Guadalajara a Toledo para ir a visitarla todos los días.

 

Pero entonces, Carlos el Grande, hijo de Pipino, fue a Toledo enviado por su padre para llevarle auxilios a Galofre contra Abderramán, rey de Córdoba; Galofre le alojó en el palacio de Galiana, pues los moros no ven inconveniente en que conozcan a sus hijas las personas ilustres y de alcurnia. Carlos el Grande, que tenía, un corazón apasionado bajo su coraza de hierro, se enamoró locamente de la princesa mora. Al principio soportó las asiduidades de Bradamante, porque ignoraba qué impresión había hecho en el corazón de la hermosa; pero como Galiana, a pesar de su extremada prudencia, no pudo ocultar mucho tiempo la secreta preferencia de su alma, comenzó a sentir celos y pidió que se despidiese a su rival moro. Galiana, que ya era francesa hasta los ojos, dice la crónica, y que, además odiaba al reyezuelo de Guadalajara, manifestó al príncipe que tanto ella como su padre, sentían aversión por el moro y que verían con mucho gusto que la libertaran de él.

 

Carlos no se lo hizo repetir. Desafió a Bradamante a singular combate, y aunque éste era un gigante, lo venció, le cortó la cabeza y se la ofreció a Galiana, que quedó encantada del obsequio. Aquella galantería hizo triunfar al príncipe francés en el corazón de la bella mora, y hallándose los dos en el mismo estado pasional, Galiana prometió convertirse al cristianismo, para poder casarse con Carlos, lo cual se hizo sin dificultad, pues Galofre se sentía muy satisfecho de dar su hija a tan gran príncipe. Mientras, Pipino había muerto y Carlos regresó a Francia llevando consigo a Galiana que fue coronada reina y recibida con grandes festivales.