El Palacio Encantado



No hay tradición más estendida en España que la existencia en Toledo de un palacio* encantado construido por el sabio y fuerte Hércules** y su profanación por Rodrigo, último rey de los visigodos, que con este acto sacrilego precipitó el cumplimiento de viejas profecías que habían señalado los años en que la profanación se llevase á cabo como los últimos de vida para esa nación, para ese reinó.

 

Una nación que nace frente á Roma fuerte y poderosa adornándose con los despojos del moribundo y decadente imperio, para morir, tres siglos más tarde, degenerada por sus vicios, en las ondas del Guadalete. Y es que, el pueblo necesita ver siempre un móvil humano en esos hechos misteriosos que conmueven y arrojan por el polvo las más altas instituciones. 

 

La ley providencial, cuya existencia comprueba el filósofo en el estudio de la historia, es idea harto elevada para que pueda ser comprendida por las muchedumbres; y ante el desquiciamiento de un mundo, ante la desaparición el pueblo no busca los defectos de esa raza, o la falta de solidez de ese mundo; mira en la superficie de las aguas que arrastran sus faltas, indaga sus defectos y son pasto á la voracidad de las generaciones del porvenir, pasarán algunas de las víctimas, veran a quien culpan y echan sobre su frente las maldiciones. 

 

La muerte de una civilizacion y de sus semejantes es asunto muy grande para los pueblos y como siempre y en todas las épocas que en la historia, una civilización desaparece en un momento acuden á buscar la intervención de la divinidad, no basta á su imaginación que vean meros accidentes de la pobre naturaleza necesitan más mucho más.

 

Para el pueblo, fatalista, esta el libro inmenso que escrito por el mismo Dios guarda el secreto de todas las cosas, que lee el hombre poco á poco, y cuyas hojas pasa el tiempo, sombrío ejecutor de sus designios, de aquello que ha de suceder sobre la tierra está, a pesar suyo previsto de antemano

 

Siempre recae sobre unos cuantos la responsabilidad que entre todos debieran asumir. En vano hubiera deseado el último rey de la primera línea goda escapar á esta regla, que parece, por lo fatal é inexorable, estar dentro de nuestro organismo, de nuestra constitución. 

 

Las crónicas de la Edad Media, reflejo de las ideas de tiempo, son expresión de los sentimientos de aquellos desgraciados que antes vivían en los esplendores del poder y la grandeza y gemian ahora en las cadenas de la servidumbre, ensombrecieron la figura de Don Rodrigo pintándole con los más repugnantes caracteres. Todos los vicios de la sociedad gótica, todas sus culpas, todas sus debilidades, tomaron forma y se encarnaron en él. Poseído del mismo vértigo que su antecesor Wittiza, no habia valla que no salvase atropellase su capricho. no había freno a su voluntad, cuando la hermosura de Florinda seduce sus ojos, pero no su corazon, no le detiene nada en la senda que emprende desatentado la consideración de los males que á su pueblo puede acarrear el conde D.Julián, y viola á esa desventurada Florinda, que más infeliz que la manceba del monarca hebreo, vé antes de morir, su raza destruida, su patria esclavizada y hollado el altar de sus creencias, marco de desdichas puesto por la venganza al cuadro infame de su deshonor.

 

Pero esto no basta, es preciso que Rodrigo ofenda directamente al cielo para atraer la cólera de Dios. Y firme en estas convicciones, la fantasía popular presenta á Don Rodrigo irreligioso é inventa o usa Torres, Casas o Cuevas que esconden prohibiciones celestiales y males sin cuento, para que él las infrinja, con tanta imprudencia como para que la Pandora griega abra las nubes de los castigos celestiales.

 

Tal es el fundamento de esa tradición que lleva el nombre de Palacio Encantado, último resto de una monarquía hecha pedazos por el alfanje de Tarik. Aquí te cuento esa tradición, esa leyenda Toledana.

 

Era una cosa harto sabida, y que no ignoraba ningún habitante de Toledo, á principios del siglo VIII, la existencia de un palacio encantado situado apróximamente á una legua*** de la población en un lugar agreste y sombrío donde la naturaleza hacia gala de la mayor aridez, mostrándose en toda la imponente majestad de la tristeza. Nada más triste, en aquel lugar al que nadie llegaba sin temor. Aridas rocas puntiagudas, en cuyas grietas crecia el musgo, el llano, falto de verdura y como agostado por un sol de fuego, tal era el paisaje que descubría la mirada del que impulsado por la curiosidad llegaba á aquel sitio de donde al punto le repelía un terror supersticioso. Ni la más pequeña corriente de agua cruzaba la yerma llanura, ni una flor se levantaba en los contornos. Los pájaros huian de allí exalando esos gritos lastimeros con que anuncian la tempestad. Cuando el sol brillaba radiante y el cielo puro y sereno semejaba una inmensa pradera azul, el sombrío lugar parecía una protesta viva de la naturaleza contra la gloria de la creación cuando, por el contrario, las nubes agrupándose, formaban espesa capa que velaba la luz del astro rey, efecto que el trueno que zumbaba parecía salir de aquel paraje misterioso. Por la noche, apenas las sombras cubrían el espacio, ruidos extraños de cadenas, lejanas caídas de agua, ecos de un martillo gigantesco cayendo sobre un yunque, manejado por el brazo de un Titán, relinchos de caballos salvajes, gritos estridentes, ayes y alaridos que brotaban del centro de la tierra, se unian en el viento formando un concierto de horrible cadencia que parecía el canto de los condenados elevándose desde el abismo, discordes sones arrancados por una mano inhábil á un órgano roto y destemplado. Oíase el ruido de miles de caballos trotando sobre campos de granito, huyendo de las mugientes aguas de desbordado rio, el fúnebre tañido de innumerables campanas que tocaban á rebato para anunciar la matanza y la destrucción. 

 

En aquel lugar salvaje alzábase esbelto y gallardo un palacio maravilloso. Aquel palacio era el palacio de Hércules, rey fuerte y poderoso, sábio que conocía los secretos del cielo- y de la tierra, gran adivino, investigador de lo porvenir, que lo habia edificado, con gran belleza, realizado de fino mármol, con gruesas puertas de hierro e innumerables ventanas decoradas con finos cristales que bien podrían ser piedras preciosas, escribiendo en su interior las desgracias que amenazaban á España, después de obtener del cielo que los hechos que profetizaba no se realizarían hasta que ocupase el trono un rey bastante desatentado y ciego para posponer á necia curiosidad el riesgo de su nación. Mientras esto no sucediese, Dios detendría el rayo pronto á escaparse de su mano, pero si la culpa de caia sobre las sienes de ese rey, entonces no habia remedio alguno la pérdida del pueblo á que perteneciera estaba señalada en los decretos del destino, y la terrible sentencia se cumpliría infaliblemente.

 

Hércules dejo dado mandato de que todo aquel que fuese monarca en Toledo, debería de colocar un candado  en la puerta de entrada, el mismo coloco el primero. Cumpliendo  la prescripción todos los reyes Godos de Toledo, pocos dias después de su coronación, se trasladaban con gran pompa, rodeados de su corte, al misterioso palacio, y ponían un nuevo candado en su mágica puerta, cuyos goznes no habian girado desde la época de su construcción. De aquí los nombres con que el pueblo le llamaba de mil maneras, adivinando o imaginando las maravillas que encerraría en su seno, pero temiendo cegar al verlas.

 

Treinta candados habían puesto ya á la puerta los reyes godos cuando subió al trono Don Rodrigo que, ocupado en los primeros meses de su reinado en la tarea de reprimir á los inquietos partidarios de Wittiza, mal avenidos con la destitución de su señor, no se cuido de cumplir el tradicional mandato de Hércules que como importante consigna, pasaba de un rey á otro hacía tantos siglos.  Libre por fin de estos cuidados, pudo ocuparse del mágico palacio, y tomó con gran diligencia cuantos datos guardaba sobre él la memoria popular, pero no para proseguir en la observancia de lo que ya era como una ley que ninguno debía ser bastante osado á traspasar, la serpiente de la curiosidad habia mordido su corazón, y la antigüedad, ansiaba, descreído, indiferente, teniendo en poco el respeto a las cosas prohibidas, como Eva en el Paraíso, comer la fruta del árbol del bien y del mal.

 

Placer con pesar llamaba el pueblo al encantado recinto, y Don Rodrigo, amigo de conseguir goces sin cuento, cualquiera que fuese su precio, no vacilaba en exponerse á encontrar lo segundo con tal de ver si podia obtener lo primero, locura que habia de costar muy cara á él y á su reino, porque los pueblos, sufriendo con paciencia los abusos de un tirano, se hacen responsables, en cierto modo, de su tiranía, y como aquél sufre el castigo de su despotismo, ellos también sufren el de su bajeza. 

 

En vano intentaron los magnates hacerle desistir de su designio algunos llegaron a decirle "juzgar vos mismo que hay o puede haber en el palacio y decidnos, nosotros os daremos igual cantidad que digais". Pero los reyes tienen derecho á ser obedecidos, acostumbrados á que eternamente sea ley su capricho, no retroceden jamás ante reflexiones que no escuchan, ó que, si escuchan, desatienden, y un dia Don Rodrigo, seguido de sus más allegados varones de su corte, salio a caballo hacia el palacio y mando romper delante de él los candados de la puerta del palacio, para penetrar en su recinto silencioso. 

 

El estado de la atmósfera se hallaba en perfecta relación del soberano, Incluso el ánimo de los nobles acompañantes que bajaban la vista sin atreverse á mirarse a unos a otros o a reprocharse su debilidad. Ni el más leve rumor turbaba el silencio que reinaba en el agreste paraje. En la atmósfera, la calma que precede á la tempestad, en el alma el estupor que precede á la desgracia presentida. El viento parecía dormido, los circunstantes, como rebaño que adivina el peligro, se apretaban unos contra otros conteniendo la respiración. El mismo rey, tan alegre de ordinario, callaba acometido por ese recelo que no se puede contener al encontrarse frente á lo desconocido. Sólo turbaba aquella calma siniestra el ruido que producían los martillos al romper los viejos candados—añeja representación de la fé de otros tiempos— que al caer en pedazos al suelo, y al ser heridos por el hierro producian un sordo chirrido. Cayeron por fin todos, sólo el de Hércules seguía en su lugar, como si, en efecto, se resistiera á franquear la puerta á tantos males. Pero el rey lo ordenaba, y cayo también. Delante de la corte  la puerta de hierro, giro pesada y lentamente brindando fácil entrada á cuantos traspasasen su dintel.

 

Don Rodrigo fué el primero que lo salvó adelantóse de un salto, y después de una breve vacilación, que no duró un segundo, los cortesanos se precipitaron tras él. En las almas infusionadas del veneno del servilismo, la adulación al poderoso  és mil veces más fuerte que el sentimiento del deber. No tuvieron que andar mucho los nécios buscadores de desgracias de que el sitio en que se encontraban no era obra de hombres, todo anunciaba allí una fuerza superior. Las habitacion a la que primero entraron cerrada durante siglos parecía recién construida, con las paredes de marmol rosa, Vieron delante de sí una puerta ménos grande que la primera, y, penetrando por ella, exhalaron un grito de sorpresa al hallarse en una gran sala cuadrada de mármol blanco el suelo y las paredes todas ellas una pieza de Granito, con ventanas realizadas en la misma piedra, en medio de la cual habia un lecho muy lujoso, y acostado en él un hombre de atléticas formas, armado de todas armas y con un brazo estendido sostenía una escritura que uno de los caballeros, el más osado, recogió entregándosela luego al Rey el cual, tratando de disimular el terror que empezaba a apoderarse de él, leyó con voz poco segura lo siguiente

 

"Tú tan osado este escrito leerás, pára mientes quién cuánto mal vendrá por tí; yo soy Hércules quien vino aquí para matar al gigante Gerión, que así como por mí fué poblada España, así será por tí despoblada y perdida, 

De este mundo no llevarás nada más que el bien que hicieres"

 

Quedó suspenso Don Rodrigo, pero esforzándose por aparecer sereno volviéndose á sus caballeros que amedrenta dos le miraban, Cuidado, —les dijo, —no pueden darnos miedo tan singulares profecías. Nadie sabe el secreto del porvenir, y mal podía el buen Hércules haber sorprendido sus ocultos arcanos. Prosigamos la visita de estos estraños lugares, verdaderamente maravillosos por su riqueza, y no nos detengan estas historias de peligros imaginarios y de desgracias que no existen.

 

Cobraron con esto algún ánimo los más despreocupados, y unos y otros siguieron al monarca, que abriendo una nueva puerta, penetró en una segunda sala igual á la primera, donde otras maravillas le esperaban. Sobre un pilar, colocado en un extremo de la habitación y alzado unas dos varas sobre el suelo, habia una estátua de gigante, teniendo en su mano una pesada maza de armas en ademan de herir con pavimento. Detrás de la estátua, en la pared, se veia escrito con brillantes caracteres, rojos como sangre recien salida de las venas: "Rey triste, por tu mal has entrado aquí". En la pared de la derecha y con los mismos caractéres,vieron esta otra leyenda "Por estrañas naciones serás desposeido y tus gentes malamente castigadas".

 

En la espalda y en el pecho de la estátua habia otros letreros:

El primero decia: "Los árabes invoco —Mane, Thecel, Phares—".

Y el segundo: "Mi oficio hago"

 

Al llegar aquí, todos hubieran deseado volverse sin profundizar más el misterio que ante ellos se presentaba anunciándose con tan terribles vaticinios, pero Don Rodrigo comprendió que no sentaba bien á su dignidad una retirada que se tomaría por fuga vergonzosa, y abriendo una tercera puerta, entro en otra sala que por un momento lo hizo prorumpir en gritos de admiración. El aspecto interior de aquella sala superaba con creces lo posible, piedras de distintos colores se unian en mil diversas formas, engendrando raras figuras ensoñadas por una turbulenta fantasía. Escenas de amor en en la orilla de un rio, el secreto de un baño a la sombra de verde follaje, en cuyas hojas parecia sentirse palpitar el beso del viento y la armoniosa queja de los pájaros, sátiros persiguiendo á ninfas que corrían desnudas ocultándose entre los álamos, niños jugando con la pesada armadura de Marte que era despertado por Venus; batallas campales que infundian aliento guerrero al espíritu, marciales atavíos de guerra, instrumentos de música, todo se confundía en los cuatro lienzos de pared, trasparentes como el cristal, bordados de mil ventanas caprichosamente talladas, por las cuales entraba la luz iluminando la sala y dándola la misma claridad que habia en el exterior. Cada pared era de un color, blanca una como la nieve, negra otra como la pez, verde la tercera como la fina esmeralda, y la cuarta bermeja más que la sangre muy clara. A un lado de esta habitación habia un gran poste de la altura de un hombre y una pequeña puerta encajada en la pared, y sobre ésta un letrero en griego que decia:

 

"Cuando Hércules hizo esta casa, Andaba la era de Adán en 3006 años"

 

Abrió el rey la puerta y encontró en un gran hueco del muro una arquilla dorada cerrada con un candado de oro, cubierta de piedras preciosas y habia sobre tapa la siguiente leyenda también en griego:

 

"El rey en cuyo tiempo se abra esta arquilla, no puede ser que no vea, vió maravillas antes de su muerte"

 

Gran alegría causó á D. Rodrigo esta lectura, que devolvio un tanto la calma á su apenado espíritu, pues era la primera en que no veia alusiones al gran desastre que ya empezaba a temer. Volvióse á sus caballeros, algo repuestos también por ello.

 

"Ya veis que tenía yo razón al querer entrar en este palacio"

 

Los cortesanos se acercaron entonces al arca, el rey con la punta de un puñal pronto hizo saltar el candado, abrió el cofre dirigiendo á su fondo una ávida mirada, pero quedó sorprendido. Dentro sólo habia un paño blanco plegado y sujeto á dos tablas por medio de alambres. Lo desplegó, y nuevamente se pintó el espanto en sus ojos, y la angustia invadió su alma.

 

En aquel paño habia pintada una inmensa muchedumbre de figuras de árabes, envueltos en sus blancos alquiceles, teniendo pendones en la mano, la espada pendiente de un cinturon al cuello, las ballestas á la espalda, descansando en los arzones de las sillas. Sólo el pensamiento podia contar aquella innumerable multitud de seres extraños, á caballo todos, que se agitaban, se atrepellaban, se confundían en revuelto remolino, como granos de arena que empuja un viento huracanado; sobre ellos otra leyenda, en hebreo, decia: "

 

Cuando este paño fuere estendido y aparecieren estas figuras, hombres que andarán así armados conquistarán estás tierras y serán de ella señores".

 

Pálido y convulso el Rey, llenos de asombro los imbéciles cortesanos que no tuvieron valor para oponerse á su insensato intento, permanecian mudos de espanto, sin ser dueños de sí mismos para huir de aquel lugar maldito cuyo suelo les abrasaba los pies.

 

Entonces, y solo entonces, comprendieron la verdad de la tradición conservada por siglos, pero ya era tsrde, se habia roto la valla puesta por Hércules á la terrible desventura, y el rayo estallaba ya en el viento, pronto á herir la cabeza rebelde que osaba mirar al cielo tratando de sorprender sus designios inexcrutables. El mismo rey no se atrevía á hablar por miedo de que al eco de su voz se desplomase el edificio aplastándolo entre sus ruinas.

 

Pero otro hecho inexplicable vino á sacarlos de su estupor. La estátua que habia en la segunda sala, como movida por una fuerza invisible, empezó á golpear el suelo con su terrible maza de armas, y su ronco sonido conmovió las paredes del palacio. Sonaron de pronto todos los ruidos que se oian por la noche, y atronó el aire el estrépito verdaderamente infernal de aquel terrible concierto en que cada estrofa era un rugido y cada nota una blasfemia. Y al escucharlo, Don Rodrigo, y tras él sus caballeros, huyeron despavoridos pasando por delante de la estátua que seguía golpeando furiosamente el suelo, sin atreverse á levantar los ojos por no encontrarse con los de la escultura, que animados por extraño fuego, parecían dos relámpagos.

 

Cuando se vieron fuera del encantado recinto alzaron  frente al cielo como para darle gracias por permitirles salir, pero enseguida los bajaron con temor. Densas nubes en cuyas negras entrañas fermentaba el resoplido de la tempestad, surcaban el aire derramando sobre la tierra sombras oscuras como la misma noche. Retumbó con fuerza el trueno, brilló el rayo y como semejando una culebra de fuego se enlazó á la encantada torre del palacio, envolviéndola en roja llamarada. Oyóse un chasquido horroroso y vínose abajo el edificio, abriéndose en su lugar ancha y profunda sima en la cual se hundieron sus escombros calcinados. En medio de aquel ruido espantoso se oia claro y distinto el de la maza de armas manejada por el jigante de hierro, hiriendo con fuerza las entrañas de de la tierra, que temblaba a cada golpe.

 

El rey y los suyos, montando á caballo y poseidos por un terror supersticioso que no podian contener, huyeron de aquel lugar entrando a la ciudad de Toledo temblorosos todavía, fueron a refugiarse a la muralla que tiempo atras construyera Wamba usando piedras del circo romano.

 

Desde aquel dia huyó la sonrisa de los labios de Don Rodrigo. Él, el indiferente, el incrédulo, creía tener siempre delante aquellas figuras, aquellas palabras que leyese en el palacio vibraban constantemente en sus oidos,  Mane, Thecel, Phares, las sombras de lo escrito golpeaban su conciencia, veia los ojos de la estatua y los amenazadores caractéres del remordimiento.

 

Sin embargo en Toledo Nada daba ocasión á sus temores, ni los nobles ni el pueblo parecían acordarse de nada, nadie mencionaba el desaparecido palacio, ¿Se habría vuelto loco?¿Serian cosas de su imaginación? El reino estaba en paz, los partidarios de Wittiza aplacados, los revoltosos cántabros vencidos, con su ejercito preparado en Pamplona para darlos el golpe de gracia, ningún peligro exterior amenazaba pero ... . no podia alejar de su pensamiento aquellos tristes vaticinios, aquellas desoladoras amenazas.

 

Una tarde estaba en su palacio contemplando con triste mirada las aguas serenas del Tajo, que al pasar parecían enviarle también algo como un remordimiento, cuando le anunciaron que un enviado de Teodomiro, el gobernador godo de Andalucía, traia un mensaje para él. Sin saber por qué, nuevamente acudió á su imaginación el recuerdo del palacio encantado, y levantándose con sobresalto, dió orden de que el mensajero fuese llevado á su presencia. Después, dirigiéndose hacia él, cojió apresuradamente el pliego que este le presentaba de rodillas, se acercó á una ventana para ver mejor, y paseó su mirada ansiosa por aquellas líneas trazadas con mano trémula por Teodomiro. No leyó más que el principio del mensaje:

 

"Señor, aquí han llegado gentes enemigas de la parte de Africa, que por sus rostros y trajes no sé si parecen venidas del cielo ó de la tierra; yo he resistido con todas mis fuerzas para impedir la entrada, pero me fué forzoso ceder á la muchedumbre y á la impetuosidad suya; ahora, á mi pesar, acampan en nuestra tierra: ruégoos, señor, pues que tanto os cumple, que vengáis á socorrernos con la mayor diligencia y con cuanta gente se pueda allegar; venid vos en persona que será lo mejor."

 

Al llegar aquí sintió pasar un solo, velo de sangre por delante de sí, hizo una señal al mensajero para que se retirase, y una vez salió de su presencia, proferido un grito de terror, el oráculo había anunciado esto y  ya empezaban a cumplirse las tremendas profecías.

 

El Rey hizo de venirse su ejercito de pamplona. de mala gana formo paztos con sus antiguos enemigos y partió hacia el sur, donde llegando al río Guadalete, sintió terror al ver las mismas personas que en la pancarta del Palacio Encantado, aun así entró en combate con el invasor. En ese paraje, las tropas comandadas por Sisberto Y Abba hijos de Witiza se unieron al ejercito invasor, su ejercito pillado de improviso por la traicion no pudo resistir, y aqui en el Guadalete dio los últimos suspiros el reino Visigodo.

 

Del Rey Rodrigo de mal recuerdo, no sé supo más, se llego a encontrar su caballo herido con una saeta y sus armas, los más dicen que en el Guadalete murió, los menos dicen que logró salir con vida para llorar sus penas, refugiándose en víseo (Portugal) o en Sevulcor (Salamanca), sitios donde dicen está o estuvo su sepultura, pero ¿Quien sabe?

 

Notas:

*Algunas versiones de esta leyenda hablan de un Palacio, otras de una Torre, otras de una simple casa, y otras de una profunda cueva.

En el caso de la cueva en algunos casos es de origen natural, leyenda de Tagus o del hechicero del tajo. Y otros que fue fabricada por el hombre en la dura roca.

 

**Algunas leyendas nombran como constructor del palacio al mitológico Hércules Griego, otras al Hércules egipcio que construyó una torre invertida en Portugal, y otros se le dan el honor de haberlo construido al Rey Salomón.

 

*** Algunas leyendas indican  que la distancia era media legua, otras una legua y otras indican que eran dos leguas.